El Heraldo

Sonrisa y lágrimas

Por Catalina Rojano O. @cataredacta

Los Juegos Olímpicos de Tokio han mostrado al mundo un hermoso reflejo de esta realidad apenas visible: más allá del espíritu competitivo y de la resistencia física de los deportistas, hay seres humanos que sufren para llegar a la meta. Lo mismo aplica en todos los ámbitos sociales, donde somos llamados a dar “lo mejor” de nosotros, cargando un peso sobre los hombros que se hace cada vez más grande a medida que crecemos y que sumamos logros en la gesta de la vida.

A la historia de Simone Biles, la estadounidense con cuatro preseas doradas que se retiró de la final por equipos de la gimnasia olímpica diciendo «tengo que concentrarme en mi salud mental», se suma la de Mariana Pajón, la deportista colombiana con más galardones olímpicos, quien después de tres años difíciles en los que tuvo que sobrellevar una seria caída, fuertes lesiones, una intervención quirúrgica y un largo proceso de recuperación, consiguió su tercera medalla para el país, esta vez, «una de plata que sabe a oro».

‘Citius, altius, fortius’, tres ideas, un solo enfoque, alcanzar la meta. A eso somos llamados todos desde muy niños, como si vivir supusiera competir a muerte por aquello que deseamos o por lo que los demás desean para nosotros. La competencia, vista por Darwin, es «la lucha por la supervivencia»… Y es que la existencia humana, tan frágil como sinuosa, suele ser más dura cuando es más lo que se exige que lo que se gana; y se hace aún más cruda cuando aún ganando, sentimos perder.

«Ya no confío tanto en mí misma. Quizás esté envejeciendo. Hubo un par de días en que todos te tuitean y sientes el peso del mundo», dijo la gimnasta de 24 años esta semana al dar un paso al costado. Biles, la más grande en su categoría en la historia de los Estados Unidos, gade cuatro medallas de oro y una de bronce en los Olímpicos, no quiso competir más, argumentando que «tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos, y no solo salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos».

‘Más rápido, más alto, más fuerte’, esta frase proveniente del latín que fue pronunciada por Pierre de Coubertin en la primera edición de los Juegos Olímpicos modernos en 1896 (Atenas), y que desde siempre ha rendido tributo al olimpismo, es una invitación a darlo todo en las justas. Sin embargo, conseguir preseas de oro, de plata o de cobre no debería ser lo que mida la valentía y el alcance de los deportistas, guerreros de carne, hueso y corazón que, a fin de cuentas, son también humanos.

El que nuestro esfuerzo sea reconocido resulta útil para reafirmar que el camino que estamos recorriendo es el indicado, porque a lo mejor es lo que nos hace felices. Pero los premios pueden llegar a convertirse en un arma de doble filo si se les da total prioridad en la vida, por encima de otros asuntos necesarios para humanizar como se debe la existencia.

Hay que quitarle peso a las medallas y darle más valor a lo humano, sabiendo que no hay logro que llegue sin esfuerzo, así como no hay sonrisa que llegue sin lágrimas.

OPINIÓN

es-co

2021-08-01T07:00:00.0000000Z

2021-08-01T07:00:00.0000000Z

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